Cuando Javier Gómez Noya tomó la decisión de afrontar el Ironman de Hawaii, era consciente de que lo hacía con una pesada mochila, ya que su palmarés inigualable (que le convierte en uno de los más grandes triatletas de la historia), sus patrocinadores, medios de comunicación y miles de aficionados, hacían que la exigencia fuese máxima.
Si de un debutante en Kona se espera que aprenda acerca de la carrera, de él todos esperamos la victoria, simplemente porque es a lo que nos tiene acostumbrados. Pero su auto-exigencia también es máxima, por eso ha sabido sobreponerse a lo largo de su carrera a todo tipo de contratiempos: lesiones, rivales excepcionales, incluso trabas burocráticas. Ha ganado más y durante más tiempo que nadie. ¿Por qué Kona iba a ser una excepción?.
Pero el Ironman de Hawaii ha experimentado dos importantes cambios a lo largo de los últimos años. Por una parte, no creo que Patrick Lange, dominador de las dos últimas ediciones, sea mejor que los triatletas que ganaban hace una década, como Chris McCormack. La diferencia está en que el nivel medio de los aspirantes a la victoria se ha multiplicado en cantidad y calidad, lo que convierte a Kona, no sólo en una carrera extenuante por recorrido y condiciones climáticas, sino también muy complicada tácticamente. El otro cambio es que hace diez años la mayoría de los aspirantes al trono del Ironman tenían formación ITU, es decir, experiencia previa, incluso destacada, en distancias menores, donde habían desarrollado su trayectoria como triatletas –Javi, como antes Iván o Eneko, son un ejemplo de ello – y Hawaii era la última etapa de su carrera profesional. Ahora nos encontramos con verdaderos especialistas en larga distancia, con una trayectoria casi exclusiva en este tipo de esfuerzos (Kienle, Sanders, Wurf, Lange…). Las condiciones que se requieren para triunfar en el universo Ironman son diferentes a otras distancias del triatlón, por lo que ser cinco veces Campeón del Mundo ITU añade expectación, pero no da ninguna ventaja.
El año de Javi fue planificado milimétricamente por su grupo de trabajo, con concentraciones en Nueva Zelanda, Extremadura, y entrenamientos en Pontevedra y Lugo. Sus competiciones de control fueron saldadas como nos tiene acostumbrado: con victorias en 70.3 Wanaka, Cannes y 70.3 de Barcelona. Se plantó en su debut en el Ironman de Cairns con una expectación enorme a su alrededor. En Cairns logró una segunda plaza (el vencedor fue Braden Currie). Bajó de las 8 horas en su estreno, pero también experimentó la dureza del Ironman, con unos últimos kilómetros con problemas musculares que le apartaron de la victoria y le hicieron tomar nota de esta nueva asignatura.
Tras su victoria en el Challenge de Praga, se plantó en el Mundial Ironman 70.3 de Sudáfrica con casi todo el trabajo hecho para Hawaii. En una carrera épica, con un mano a mano con Frodeno y Alistair –a un mundo del resto–, obtuvo la tercera plaza, decepcionante para él (tuvo un problema de flato que le obligó incluso a detenerse), pero extraordinaria para cualquier otro y un gran espectáculo para todos los que tuvimos la ocasión de presenciarlo.
La expectación alrededor de Javi fue máxima desde que aterrizó en Kona. Pocas veces un debutante acapara tantos focos y aparece en las quinielas a la altura de otros triatletas ya consagrados en la Isla. La actitud de Javi, serena pero firme: “soy un debutante, pero tengo la ilusión de ganar". Su carrera respondió a este planteamiento hasta donde pudo. Y cuando ya no pudo... siguió corriendo, cargó con su mochila (en la que viajábamos miles de personas), con su fatiga extrema, con su dolor y con su decepción, reflejada en su cara al cruzar la meta.
Javi es un campeón, lo ha sido siempre, incluso antes de ganar nada. Esta cualidad no le convierte en invencible, ni en sobrehumano. Pero los que conocemos de cerca su trayectoria, sabemos que cuando pierde su decepción se convierte en motor y estímulo para volver más fuerte. Y ganar. Y sabemos que volverá a Kona.
Escuché decir a Javi después de la carrera “estoy decepcionado". Yo le contesto ahora que su derrota y su forma de afrontarla, sin dobleces, nos hace sentirnos doblemente orgullosos de él.