De pequeña en mi colegio no intercambiábamos cromos, presumíamos de autógrafos de Iván Raña. Y fantaseábamos, fantaseábamos mucho. Sobre todo los más mayores. "Mi padre es muy amigo suyo, tengo varias fotos con él", exclamaba uno de mis compañeros. Y lo afirmaba con tanta rotundidad, que te lo acababas creyendo. "Pues yo quiero que venga a vernos a Educación Física", le respondía otro más pequeño.
En 2002, con la victoria de Iván en el Campeonato del Mundo, aquellas conversaciones de recreo llegaron a su punto más álgido. Y con ellas las de los bares del pueblo. La gente de Ordes dejó de ser del Barça o del Madrid, y empezó a ser de Iván. ¿Que había en Madrid una carrera de Series Mundiales? Ahí arrancaba un autobús desde el Concello, a las cinco de la mañana del domingo, lleno de vecinos para animar y hacer fuerza.
Yo, muerta de envidia, me quedaba viendo la competición desde casa. O escuchándola por la radio. "Al día siguiente tienes colegio, no vas a ir a Madrid". Fue probablemente la respuesta más odiada de mi infancia. Cada vez que veía un cartel en el portal del colegio, o la lona colgada del cableado eléctrico en la calle Alfonso Senra -eran los anuncios de la época-, volvía a intentarlo, sin resultado. "Cuando sea mayor, subiré en ese bus", solía decir resignada.
Hasta los últimos Juegos Olímpicos de Iván, los de 2008, en la Casa da Cultura municipal se colocaba una pantalla gigante para ver sus carreras más importantes. Y en la de Pekín no fue para menos. Recuerdo que justo al día siguiente, mientras comíamos, en casa no se hablaba de otra cosa: el diploma olímpico. "Qué mala suerte, qué poco le ha faltado, ojalá vaya a Londres y se saque la espinita" -deseaba alguien en voz alta-. "Cuando iba con el grupo de cabeza, desde la radio llamaron a su padre y no era capaz ni de hablar", aseguraba mi abuela, fan incombustible de Marcial Mouzo y su programa nocturno de la Radio Galega.
Yo no solía comentar sus actuaciones. Pero cuando Iván perdía, me enrabietaba. No había nada que me fastidiara más. Ni siquiera las derrotas de mi Dépor, era pequeña... Años más tarde comprendí la magnitud y el significado de aquellas "derrotas". Comprendí que cada vez que Iván tomaba la salida, era el triunfo de un soñador, y cuando cruzaba la meta, la consecución definitiva del sueño. Aunque él quisiera ganar siempre y nunca se conformara claro. Fui descubriendo los valores y el mérito que escondía cada metro recorrido en bici, a pie o nadando. Y me emocioné con su frase: "Soy un afortunado, he podido cumplir todos mis sueños".
Ahora, a sus 37 años y mis casi 20, temo el momento en que todo esto se acabe. Por eso disfruto aún más de cada baile, por si acaso fuera el último. Porque aunque nadie lo entienda, esta semana, para no perder la costumbre, estaré nerviosa de lunes a domingo. Porque en un pueblo que ni siquiera tenía piscina municipal en los inicios de Iván hoy todos sabemos lo que es el triatlón, de abuelos a nietos. No importa los años que pasen, aquí estaremos siempre orgullosos: "Ese chico es de aquí".
No te retires nunca, Iván.
Sobre la autora:
Estudiante de Comunicación Audiovisual y colaboradora en las webs “riazor.org” y “losotros18.com”, también en el programa “En Xogo” de la televisión gallega. Su afición al triatlón le viene desde pequeña, por culpa de Iván y posteriormente Gómez Noya. Entusiasta de los valores del triatlón y acérrima seguidora.
Fotos: Nacho Cembellin y Félix Sánchez