Al hablar de triatlón en la década de los 90, es imposible no pensar en Emma Carney. La triatleta australiana ganó dos veces el Campeonato del Mundo de Distancia Olímpica (en 1994 y 1997, cuando se disputaba a una sola carrera), firmó el récord de victorias en una misma temporada en lo que hoy se conocen como las Series Mundiales: siete en 1996 y fue número uno del ranking de la ITU (Unión Internacional de Triatlón) en 1995, 1996 y 1997. Además, logró sumar 19 triunfos en pruebas de Copa del Mundo en menos tiempo que ningún otro triatleta.

Sin embargo, en 2004, mientras entrenaba en Canadá, Carney sufrió un paro cardíaco. Afortunadamente, sobrevivió, pero tuvo que dejar el deporte profesional, lo que daba sentido a su vida...
Para comprender esta pasión por el triatlón, debemos remontarnos a su infancia, que podría haber sido muy diferente...
“Fui muy afortunada porque mi padre estaba involucrado en la industria del deporte. Al estar rodeado de ídolos deportivos, mi papá me decía que si eres deportista en Australia y te va bien, es un buen estilo de vida. Siempre me ha gustado el deporte, así que era algo que quería hacer”, explica Emma.

Su padre tuvo el sueño de vivir en Australia, seducido por la naturaleza de aquel país. De modo que en 1975 se marchó con su familia desde el Reino Unido, cuando Emma tenía dos años y medio. Su madre lo aceptó como un desafío y fue capaz de criar a sus tres hijas en un lugar extraño y lejos de su familia, en Melbourne.
Carney no tardó en empezar a desarrollar sus aptitudes para el deporte. A la edad de 13 años, estableció un récord estatal en su debut en los 3.000 metros. Ganaba todos los títulos escolares a nivel nacional y llegó a representar a Australia en el Mundial de Cross, pero su sueño era competir en los Juegos Olímpicos. Y haría cualquier cosa para alcanzar ese objetivo.
Pero la exigencia de los entrenamientos comenzó a pasarle factura en forma de lesiones. El salto del atletismo junior a senior no estaba resultando fácil. "Bajé de los 9:10 en los 3 km, pero para estar a nivel internacional tienes que correr otros 30 segundos más rápido".
Por tanto, decidió probar algo nuevo. Y lo hizo en un triatlón local en Elwood, prueba que ganó, aunque no fue fácil. Salió del agua a siete minutos de la cabeza. Ahí empezó su remontada. "Estaba acostumbrada a correr en la pista y ver dónde están todas los rivales, así que cuando me bajé de la bicicleta simplemente corrí y le pregunté a todas las chicas que iba adelantando si eran la primera. Finalmente, pasé a la chica que iba a ganar".
El resto es historia... Ganó la primera carrera ITU en la que compitió, el Campeonato Mundial de 1994 en Wellington (Nueva Zelanda), algo que su padre había predicho 18 meses antes, justo después del primer triatlón en Elwood.
Posteriormente vendría una racha de récord con 12 victorias consecutivas en la Copa del Mundo entre 1995 y 1997.
Sin embargo, después de esta descomunal puesta en escena, su carrera comenzó a decaer. Al principio, sin saber el motivo. Carney quiso entrenar aún más, lo que derivó en el fatídico día en Canadá. Como resultado del paro cardíaco, le implantaron un ICD (desfibrilador cardioversor implantable) para monitorear la miocardiopatía en su ventrículo derecho, que no solo es un recordatorio de lo valiosa que es la vida, sino también una lección aprendida en lo que respecta a la gestión de los esfuerzos y desarrollo de los triatletas. "Lo pasé muy mal. Sentía que mi carrera apenas había comenzado y que tenía mucho más por dar".

Seis meses después de su retirada del deporte de élite, Carney perdió a su hermana mayor a causa del cáncer, una tragedia que le hizo caer en la depresión. Había eliminado por completo el triatlón de su vida, con resentimiento contra el deporte, las organizaciones e incluso los triatletas que competían. Pero por mucho que lo intentara, no podía ignorar el hecho de que todavía amaba el deporte. “Sé que no soy normal, pero también sé que fundamentalmente el deporte es vital para el bienestar físico, social y mental. Soy una prueba viviente de eso".
Aferrándose a este enfoque holístico, combinado con su valiosa experiencia como triatleta y, posteriormente, como entrenadora, Emma lleva tiempo involucrada en un proyecto que desde hace un par de años pretende llevar el triatlón australiano de regreso a lo más alto. Su particular misión consiste en la identificación de nuevos talentos, como Emma Hogan, de 21 años, que no tardó en sentirse atraída por la historia de superación de su tocaya, Emma Carney. “Es un privilegio tener cerca a alguien que entienda el deporte. Tiene una gran experiencia, tanto buena como mala, pero también me comprende a mí y cuáles son mis objetivos".

Carney es consciente de que el deporte del triatlón ha cambiado, pero los fundamentos siguen siendo los mismos: saber competir, saber competir para ganar, saber cómo guiar a un triatleta en el exigente ámbito del alto rendimiento... Así, quiere asegurarse de que los futuros talentos estén bien formados en el deporte y en la vida.

"Estoy tratando de entrenar a Emma con lecciones que desearía haber aprendido. Ojalá lo esté haciendo bien. No se trata de gritar y gritar, sino de tener sentido común y descubrir la forma más sencilla de alcanzar los objetivos, pequeñas metas que podemos marcar todos los días".
Sin embargo, Emma Carney no está intentando crear otra Emma Carney. Entiende que Emma Hogan es única y está intentando buscar la mejor versión de Emma Hogan.