El hematocrito es la relación entre las células sanguíneas y el plasma o el agua de la sangre. Estas células están constituidas por plaquetas, glóbulos blancos y los rojos, que son los encargados de transportar el oxígeno a los músculos. Es un parámetro más dentro de la mejora del rendimiento que estudia la fisiología del ejercicio físico. Así, un hematocrito normal estaría en torno a 40%, siendo 50 un valor que la UCI (Unión Ciclista Internacional) determina como máximo obtenible de forma natural, para evitar el uso de sustancias artificiales como la eritropoyetina (EPO) que eleva el hematocrito.
Está claro que un valor más elevado va a permitir a la fibra muscular disponer de más oxígeno, pero el referir este porcentaje y atribuirle “per se” unos beneficios exclusivos en el rendimiento, no tiene sentido. Es más, ¿sabías que grandes deportistas tienen valores de hematocrito bajos? Es el caso, por ejemplo, del gran Javier Gómez Noya, que “se mueve en un porcentaje relativamente bajo de glóbulos rojos en sangre, entre el 38 y el 42%”, demostrando que cada cuerpo es particular y que el porcentaje en sí mismo no asegura la mejora del rendimiento.
Una cifra más elevada conlleva una relación desfavorable respecto al plasma, haciendo que la sangre esté más viscosa, lo que provoca un mayor gasto cardiaco, pudiendo ocasionar problemas cardiovasculares y accidentes tromboembólicos.
Para subir el hematocrito, los deportistas profesionales recurren a entrenar en altura, pero no basta con entrenar días sueltos, es necesario una estancia de semanas por encima de 2.000 metros. Es la exposición continuada a una menor presión parcial de oxígeno la que hace que el deportista no solo entrene, sino que descanse también en hipoxia. Esto hace que se estimule la producción endógena (de forma natural) de la hormona eritropoyetina, creando más glóbulos rojos para lograr transportar mejor el oxígeno.
Como curiosidad, los que hacemos deporte de resistencia y corremos, destruimos más glóbulos rojos por el traumatismo de cada zancada y es fácil que nuestro hematocrito esté más cerca del 40% que del 50%, aunque estemos en plenitud física. Y, además, tenemos más cantidad de plasma que un deportista de fuerza, lo que conlleva que el hematocrito baje, pero al estar la sangre más diluida facilita el trabajo del corazón.
Como ves, el hematocrito solo es un valor más. Está claro que, cuanto más alto sea, mejor transporte de oxígeno a los músculos pero más trabajo para el corazón.
Es el VO2 max (o máximo consumo de oxígeno) el valor más objetivo del rendimiento de un deportista. En él intervienen cuatro aspectos determinantes: las prestaciones cardiovasculares en cuanto a bombeo e irrigación de sangre a los músculos, la capacidad de absorber el oxígeno por parte de la célula muscular, la eficiencia y eficacia de la contracción muscular, y también, por supuesto, el transporte de oxígeno por parte de los glóbulos rojos.
Por lo tanto, no hay que centrarse tanto en pretender incrementar el hematocrito, teniendo en cuenta que una estancia de entrenamiento en altura solo está al alcance de unos pocos, sino en entrenar el resto de variables cuyo cómputo de mejoras harán subir el rendimiento.