Svein Tuft, ciclista canadiense del equipo Mitchelton-Scott, cumplirá el próximo mes de mayo 41 años, lo que le convierte, cariñosamente hablando, en el ‘abuelo’ del pelotón. Es el corredor más veterano y, seguramente, el más peculiar.
Para empezar, vive en Andorra junto a su mujer y su hijo, en una casa sin calefacción fuera de la capital, sin wifi y sin redes sociales. Le gusta hacer yoga, caminar descalzo antes de las etapas, no toma los habituales geles en carrera, sino fruta, y su tratamiento particular de crioterapia es sumergir las piernas en los riachuelos helados de las montañas. Además, se lleva sus propios alimentos a las carreras, como el ajo negro. Y muele su propio café cada mañana.
“Yo acababa de llegar al equipo y nos fuimos de concentración a Varese. Compartíamos habitación y tras la primera noche me desperté a las 6:30. Su cama estaba vacía y la ventana del balcón, abierta. Cuando me asomé, le vi allí, en calzoncillos, haciendo sus estiramientos y sus ejercicios de yoga”, relata en El Mundo, Amets Txurruka, compañero de Tuft en 2015 en el Orica.
Y para incorporarse a esa concentración del equipo, prefirió enviar las maletas por mensajería y cubrir en su propia bici los 1.000 kilómetros que hay entre Andorra y Varese. Tardó cinco días en completar una ruta repleta de puertos de montaña.
La bicicleta supone para él una herramienta más para su desarrollo personal. Desde muy pequeño ha sido amante y defensor de la naturaleza. Es nieto de un medallista olímpico de esquí e hijo de un constructor de casas de madera. Con 18 años se compró una bici de segunda mano y fabricó un carrito para transportar a su perro, Bear, de 40 kilos. Los dos cruzaron Canadá de punta a punta.
De momento, se siente en plenitud y no tiene pensado retirarse. Algo tendrán que ver, aparte de haber comenzado tarde su carrera profesional (2009), los métodos del ‘abuelo’…