Si estás leyendo estas líneas, es probable que no tenga que convencerte sobre el regalo que el deporte es en tu vida. Tengas una lista de motivos o tengas una intuición poco definida, es una suerte que ya está ahí. La cuestión hoy es pensar en cómo instalar esta bendición en quien no la ha adquirido, en particular, en nuestros hijos.
Con frecuencia pienso en la mala suerte que tienen aquellos que no se han criado con deporte en sus vidas. No importa cómo se lo expliques, es algo que les es ajeno e, independientemente de cómolleguen a comprender cómo podría beneficiarles para la salud, para una longevidad más libre de achaques, es muy difícil que lleguen a disfrutar lo bien que te hace sentir el deporte. Supongo que en cierta manera es como leer o las matemáticas, al principio duele pero, en cuanto arrancas con unos mínimos, los beneficios para la vida no tienen precio.
Y hablo de suerte más arriba porque no todo el mundo tuvo de niño unos padres que se pasaban un par de horas muertas en la piscina esperando a que sus críos terminasen de nadar, o en la banda del campo de fútbol o la pista de atletismo, muertos de frío, o la suerte (y la holgura económica) de que te compraran una bici de pequeño y salieran contigo. Los que sí tuvimos esa suerte, aparte de agradecerlo seguramente con un par de décadas de retraso al menos, venimos a entender que es una “tradición” con la que merece la pena invertir 10-15 h a la semana durante unos años, lo suficiente como para crear una inercia que luego ellos puedan mantener sin esfuerzo porque es un hábito.
Cada vez que veo en la playa a una familia al completo con obesidad pienso en el precio que su salud tendrá que pagar en unos años.
No es una cuestión estética, eso importa poco. No vamos a despreciar aquí el peso de los genes, ésos están ahí diciendo por dónde quieren que vayan los tiros, pero esto no quiere decir que no podamos modificar en cierta medida su expresión. Evidentemente la nutrición es parte de la solución, pero esa solución con deporte es mucho más fácil de llevar y los beneficios no se limitan únicamente a evitar el sobrepeso (yendo a menos el tabaco en las últimas décadas, ésta parece la siguiente mejor inversión en salud que la sociedad puede hacer).
No hace falta recordar la manida frase de “menos pastilla y más zapatilla” tan po- livalente para un montón de problemas de salud, particularmente los más prevalentes en países desarrollados. Tampoco, entre nosotros, practicantes, hace falta recordar el apoyo que supone para la salud mental y para ese bienestar psicológico, que hemos quedado que también es la salud (no sólo ausencia de enfermedad).
Además, también ayuda a socializar (sí, se supone que salud es también bienestar social -por ahí anda la definición de salud de la OMS, para el que la quiera repasar-) y a perseverar cuando se quiere algo y uno ha de sobreponerse a los baches que hay por el camino: es importante aprender a no tirar la toalla a la mínima.
Todo esto es evidente, pero para mí no es tan importante que esto rinda beneficios mientras se pone en práctica como que se consiga que el deporte sea parte de la vida de uno de la misma manera que lo es comer, dormir o la higiene... un hábito más.
Sin embargo, requiere cierto esfuerzo en estos tiempos donde se tiende a maximi- zar cada minuto disponible. Es complicado en agendas repletas echar 3 h en ir a la piscina (mis hijas van en turnos consecutivos, 1 h cada una, rara vez empleamos menos de ese tiempo). Además, está el esfuerzo de establecer el hábito, igual que cuesta aprender a leer o iniciarse en las matemáticas, no siempre el deporte entra fácil.
En nuestro caso, con la natación -y últimamente también saltos-, a la mayor, que se parece mucho a mí, parece que siempre le gustó “entrenar”. Sin embargo, la pequeña, de armas tomar, aunque siempre le encantó el agua, ha sido todo un reto y ha tocado hilar más fino intentando no forzar la cosa, dejando que el hábito entrara poco a poco (los monitores del CN Metropole fueron de gran ayuda con su paciencia), sin forzarlo, y, tras no poca “lucha” durante un par de años en cursillos, hace dos semanas fue toda una satisfacción verla muy ilusionada porque la subían al grupo de entrenamiento.
Por cierto, en todo este proceso he oído más de una vez, de manera puntual, que no querían nadar más, cosa que me hubiera venido mejor a mí, alguien con horror vacuipara la agenda -tengo que estar “haciendo cosas”-, que a ellas, pero no querría yo que me hubieran enseñado a mí a pensar, inconscientemente, que está bien dejar las cosas a medias cuando se ponen algo difíciles... y como pasa con todo aquello que cuesta un poco más, siempre se está mucho más contento luego con lo que se ha conseguido. Intentarlo no es empezarlo, es seguir cuando se pone complicado.
No me importa mucho que compitan, perfecto si es lo que les gusta. Lo que sí me gustaría es que aprovecharan todo lo que hay alrededor (he tenido yo bastante competición como para no haber aprendido qué es lo que importa de ella).
Un grupo de entrenamiento donde hacer amigos, una disciplina de entrenamiento a largo plazo con la que empiecen a entender que lleva tiempo y trabajo mejorar y conseguir objetivos y, lo que quería comentar hoy aquí, ese hábito deportivo que les dure para toda la vida, esa sensación de que es una cosa natural más a repartir por defecto en la agenda de cada semana.
Una inversión en salud a muy largo plazo que podrán rentabilizar cuando yo ya no esté por aquí. Entiendo que esto no es una revista de crianza, pero hacen falta deportistas y salud para tener triatlón y, sobre todo, me pareció buena idea animar a fomentar el deporte como hábito si alguno desanimado con el esfuerzo de mantener a los niños haciendo deporte me lee: es un regalazo para toda la vida.