¿Un media distancia? Claro que puedes

El reto es brutal, pero con un mínimo de entrenamiento, experiencia deportiva y sensatez, tú también puedes atacar un triatlón de media distancia. Yo lo hice.

Óscar Díaz Fernández (imagen: Cano Fotosports)

¿Un media distancia? Claro que puedes
¿Un media distancia? Claro que puedes

Con el ego aún henchido –aunque he preferido dejar pasar varias semanas desde aquel día– me siento delante del ordenador a intentar contarte las emociones vividas durante mi primer triatlón de media distancia y las sensaciones que aún tengo. Orgullo por haber sido parte del Triatlón de Vitoria, uno de los mejores de España. Orgullo por haber superado una prueba que hace apenas un par de años jamás hubiera imaginado afrontar. Felicidad en lo deportivo y en lo personal por haber visto disfrutar a mi pareja animándonos a nuestro “cuñao” y a mí como si fuera ella quien recibiera la medalla de finisher en la meta. Satisfacción por saber que tu cuerpo guarda más energías de lo que piensas y eres capaz de relativizar distancias y esfuerzos como esos 21 km finales. Y bienestar por pensar que, aunque sea de manera fugaz e intoxicado por las endorfinas, el ser humano es capaz de ayudar desinteresadamente a alguien que se encuentra en una situación tan complicada como la suya  y compartir un gel, un bidón con sales, una palabra de ánimo y devolver con una mueca que parezca una sonrisa el apoyo recibido. Pero también espero que si tú estás pensando en hacer tu debut, te pueda ayudar en algo.

Hace un año estuve como espectador en el Triatlón de Vitoria y me dije: “En 2017 tengo que vivirlo desde dentro”. No me valía con ver de cerca el ambiente, ni siquiera hacer fotos. Tengo que verlo con el dorsal puesto... y ¡qué experiencia! Fui sin ninguna presión ni un tiempo determinado en mente por varias razones: por ser el primero, por no auto-presionarme con tiempos de paso, por tener claro que no había entrenado ni lo suficiente, ni siquiera lo que había planeado a principio de temporada: trabajo, compromisos con mi club de buceo, olas de calor... ¿te suena? Pero las excusas no te salvan de afrontar tus decisiones.

El caso es que el día “D” se presentó de improviso, pero sí precedido de las clásicas dudas que me asaltan en estos caso nacidas de mi inseguridad: ¿Seré capaz de hacerlo? ¿Cómo será empezar a nadar con otras 1.200 personas? ¿Y correr después de 93 km en bici? He dormido poco la semana anterior... Tengo una molestia en el isquio; si me duele, me voy a parar, confieso en la cena del día anterior... “Tranquis, que no voy a hacer ninguna tontería y, si lo veo mal, me retiro: es el privilegio de haber pagado tu inscripción...”, confieso. Pero en mi fuero interno sabía que cuando sonara el despertador, las primeras luces del día se llevarían esas dudas y darían paso a la certeza de que cruzaría la meta antes o después, aunque fuese a base de paciencia y cabezonería.

Y llegó el momento. Con demasiadas cosas para revisar en el último momento como para que surgieran los miedos: revisar la presión de las ruedas, aplicar el lubricante que la lluvia de la noche había hecho desaparecer;  verificar la bolsa de la T1 (y aún así se me olvidó dejar la crema foto-protectora), entregar la de la ropa de meta, ponernos el neopreno, hacer el último saludo a la abnegada pareja que había madrugado, desear suerte al compañero… y a la cámara de salidas. Suena la sirena y 1.200 atletas corren desaforados hacia el agua. No hay vuelta atrás. Como nado respirando a la izquierda me digo tú por la derecha, pegadito a la línea de boyas. Error. Hay menos margen para esquivar otros nadadores más lentos. “Mejor por el centro”, me digo, que así es más fácil esquivar. Al menos la salida ha sido bastante limpia, con poco contacto. “tranquilo, que en los primeros doscientos metros se estira y luego ya vas bien, me habían dicho”. Segundo error. No me he mojado por dentro el neopreno ni he calentado y el contraste con el agua fría en manos y pies no es agradable. Tras algún enganchón, el grupo se estira y encuentro un ritmo cómodo saltando de pies en pies buscando mi ritmo. Primer giro y todo va bien. Levanto la cabeza y me digo: “Qué cerca está la segunda boya...”; y la paso, por primera vez en mi corta trayectoria triatlética, con limpieza. Desde allí sólo hay que fijar la vista al fondo y, 850 metros después, ya estaré fuera del agua. He tardado algo menos de 40 minutos. Sabía que lo había hecho ahorrando energía... y sin ir demasiado recto (el track de mi Garmin recuerda un electrocardiograma y me salieron 200 metros extras. Primera fase, la más corta y truculenta, superada.

Encaro la T1 sin prisa. Llega la bici y estoy en el País Vasco: hay que disfrutar el momento y de una de las mejores aficiones del mundo. Desde el primer momento me esfuerzo en comer, hidratarme y empezar a sentirme ciclista. Buscar sensaciones de pedaleo... y pronto empiezan... las malas. El vasto interno de la perna izquierda se tensa y convierte en un pequeño suplicio cada pedalada. Quiero ser sensato pero también terminar, ¡pero si quedan 87 km! Me paro y estiro, parece que se calma. Retomo el pedaleo a ritmo muy flojo y sin abusar de desarrollo mientras observo impotente cómo me adelantan otros competidores –pues tampoco habré nadado tan mal, me digo intentando animarme–. Y apenas unos minutos después, noto una vaga molestia familiar en un ojo. La lentilla amenaza con salirse... y es lo que sucede, pero la cojo al vuelo. Aprovecho la parada para volver a estirar y dar cuenta de un bote de sales y tomar un antiinflamatorio que me va calmando un poco. Menos de veinte minutos después, otra vez la lentilla, y de nuevo la cazo al vuelo. Nueva parada… y por suerte, será la última. Empiezo a disfrutar de mi Trek convertida en bici aero por mor de un acople largo, una tija de sillín invertida y unas espectaculares ruedas de carbono y perfil 78 prestadas. Me despreocupo de la velocidad, del pulsómetro. Sólo quiero vivir ese paisaje, el ánimo de la gente y gozar de pasar a algún otro participante sin estorbar a los que vienen más deprisa. Poco después de Salvatierra, con casi una hora en las piernas cruzo Gaceo. “Desde aquí sólo a mejor, sólo a mejor, sólo a mejor”, escucho. Levanto la cabeza del acople y veo a un paisano animando apasionadamente mientras corre en paralelo con varios metros de separación lateral. ¿Vienen ya los del IM? Ah, no. Que es a mí. No sabe que, efectivamente, lo peor había pasado y su frase me iba a acompañar desde allí hasta la meta, o hasta el infinito y más allá, que para algo llevo el sobrenombre de Buzz en el tritraje. Desde ahí sólo quedaba aguantar el subidón de escuchar cencerros, gritos de ánimo y la sensación de que podía bajar un piñón, aunque mejor tomármelo con calma por si se hacía largo.

Desde ahí hasta la T2 los kilómetros caen con regularidad mientras los mejores del Full Distance nos pasan con aparente facilidad... habiendo salido media hora más tarde y teniendo que nadar el doble de distancia. Incluso ellos tienen un momento para devolver los gritos de ánimo, como cuando me pasa una bici blanca con una lenticular del mismo color y un dorsal con la palabra Jaime. Grito: ¡Aúpa Luarca! Y semejante crack pierde por un momento la posición para sacar una mano del acople y agradecer el saludo. ¡Cómo iba!

Ya falta poco para la T2. Último gel y toca bajarse. Los voluntarios de la organización te exigen la bici para que te sientas mejor que los pros. Ellos la colocarán en boxes mientras tú recorres los 200 metros en bajada que te separan de la transición. Allí esperan gorra, zapatillas y un par de geles con cafeína que coloco en el porta-dorsal. Salgo cómodo y a ritmo relajado. El cuádriceps hace rato que me ha dejado de incordiar. El primer kilómetro cae en 5,30. Demasiado rápido con el tute que llevo”, pienso. Pasa el segundo y también bien. A partir del tercero la cosa cambia y toca tirar de filosofía, de cabeza dura y marcarme pequeñas metas: llegar al siguiente avituallamiento y hacerlo caminando por aquí, un gel por allá, pararme a estirar cuando me note cargado... el ambiente sigue siendo brutal aunque oímos por megafonía que cabeza de carrera ya ha terminado. Los puestos con música. El público aficionado o no al triatlón, incluso los vitorianos que tomando en vermú en el kiosco de El Prado muestran su apoyo. Todo te consuela y te hace sentir que puedes. Total: sólo quedan 16 km, una distancia que nadie calificaría de pequeña, pero que parece ya al alcance de los pies. La fatiga hace mella y eso te permite poder cruzar unas pocas palabras con otros participantes que van a tu ritmo y animar a esos héroes que yendo peor que tú tienen en la mirada el gesto de determinación de los que saben que en poco más de una hora, o dos ¡qué mas da! Saben que cruzarán el arco de meta. Poco a poco los kilómetros van pasando y no evitas calcular tus referencias. En mi caso veo que voy a hacer mi peor tiempo de siempre en el medio maratón. Pero no me importa. Hay muchas vivencias, como la de que una participante francesa, o al menos ese idioma hablaba, me ofreciese en el km 7 una pastilla de sales para las contracturas sin prácticamente mediar palabra, de cruzarme con el gran Eneko Llanos, cámara en mano, haciendo fotos en su triatlón y de su Ruth como un aficionado y pareja más. Le di la enhorabuena por su reciente éxito en Austria y por permitirnos ilusionarnos a toda la comunidad y el lo agradeció con esa sonrisa sincera… o la de ese otro compañero cuyo dorsal no recuerdo que al adelantarme exclamaba que intentaría ir conmigo hasta la meta después de llevar caminando varios kilómetros y recibió mi ánimo diciendo que me sacaría un minuto en meta. Y lo consiguió, como yo, en este caso con la sorpresa de una entrada en meta inolvidable. Por lo emotivo y por la personalización que el speaker de la organización hizo de mi llegada y que me hizo sentir todo un pro. Porque eso, independientemente del resultado final, es lo que te sientes cuando cruzas la meta en el Triatlón de Vitoria. Un voluntario te pone la medalla en el cuello, otro te quita el chip del tobillo para que no tengas que hacer otro esfuerzo, uno más te ofrece una toalla para protegerte del sol y empapar el sudor... y así hasta el último detalle. Por todos estos detalles, el Triatlón de Vitoria es uno de los mejores de España y quise correr allí mi primer media distancia. ¿El tiempo en meta? Seco y soleado después de varios días de lluvia. Ahora sólo espero al 5 de septiembre para que se abran las inscripciones y entrenar durante diez meses para vivir un inolvidable día de fiesta.

Hurrengo Arte Gazteiz.