De Sísifo y castillos de naipes: siempre hay que volver a empezar

No te pierdas otra lección magistral de Clemente Alonso: "Finalmente parece que puedo entrenar relativamente bien, sin recaídas, tras eliminar algunos alimentos que probablemente producían inflamación general".

Clemente Alonso / SIN CLEMENCIA

[SIN CLEMENTCIA] De Sísifo y castillos de naipes: siempre hay que volver a empezar.
[SIN CLEMENTCIA] De Sísifo y castillos de naipes: siempre hay que volver a empezar.

Alguna vez habremos oído equiparar el entrenamiento para alguna competición o “reto” difícil con el mito de Sísifo. El castigo de Sísifo por haber huido una primera vez del inframundo (que ya lo firmaba yo) consistía en tener que empujar una enorme piedra colina arriba, pero, antes de alcanzar la cima, la piedra siempre volvía a rodar ladera abajo y Sísifo estaba condenado a volver a empezar una y otra vez, ad æternum.

Se trata de un mito que encaja bastante bien con el entrenamiento. Cada vez que empezamos a preparar una nueva aventura, sobre todo a medida que nos hacemos mayores, uno se ve abajo de la colina y parece que la colina no tiene fin. Poco a poco vamos empujando esa piedra ladera arriba y muchos, por suerte, apreciamos queel verdadero placer está en esa lucha ladera arriba y no en llegar a la cima, porque a ésta no se llega nunca, si acaso se roza, pero jamás se permanece en ella.

Sin embargo, cuanto mayor es el rendimiento pretendido, más se complica la cosa y no es sólo una cuestión de fuerza bruta ladera empujando una roca. Cuanto mayor es la ambición, más riesgos se asumen, más aún a medida que uno recupera peor, cosa de la que ya me he quejado con amargura en este espacio más de la cuenta, seguramente. Por eso, para mí, la analogía que encaja mejor con entrenar a cierto nivel es la del castillo de naipes, que requiere pericia además de fuerza (o voluntad), y podríamos matizarla con el mito de Ícaro, que siempre amenaza, si queremos seguir dándole un cierto aire clásico al tema de hoy.

En mi caso, con tanta lesión en los últimos años, he estado haciendo castillos de naipes como si en la misma habitación hubiera un niño enrabietado que disfruta derrumbando mis torres de naipes a la que tienen cierta altura. Ha sido frustrante quizá con demasiada frecuencia, porque a menudo daba la sensación de que Sísifo casi no había empezado a subir ladera arriba y la roca ya estaba rodando cuesta abajo... a veces daba la sensación de que, por más que empujara la roca, ésta no se movía del punto de salida. Otras veces conseguía hacer un par de alturas y entonces el niño enrabietado venía a procurarse una risa fácil, rápida, pasajera... y yo empezaba a empujar desde abajo de nuevo.

Últimamente, quizá de las pocas cosas positivas fruto de este último año de caos a causa de la pandemia, tras mucho ensayo y error con la alimentación, creo que he dado con algunas teclas que contribuían a generar un estado de inflamación excesiva en mí, que finalmente era lo que sospechaba que estaba ocurriendo (sabiendo lo suficiente de rehabilitación y de entrenamiento y habiendo probado casi todo en ambos campos estaba claro que algo no funcionaba, que no era achacable únicamente a envejecer y que, sin corregir ni cambiar nada, el resultado volvería a ser el mismo).

El resultado es que finalmente parece que puedo entrenar relativamente bien, sin recaídas, tras eliminar algunos alimentos que probablemente producían inflamación general con origen en el tracto gastrointestinal (sí, mi yo del pasado, como tantos otros propensos alguna vez a pensar que “el mapa es el territorio” y que “la ausencia de evidencia es la evidencia de ausencia”, hubiera torcido el morro ante una afirmación como ésta y hasta hubiera podido decir entre dientes “magufo”... pero hoy, 8 años después de travesía por el desierto peleando lesiones como gato panza arriba, me molesta que esos prejuicios me impidieran darme cuenta antes).

Por tanto, así estoy ahora, entrenando con cierta normalidad, desenterrando habilidades olvidadas, aún a ritmos muy ordinarios, pero hasta hace nada imposibles, levantándome por la mañana sin cojear (que ni recuerdo desde cuándo no podía hacer eso). Y para mí, que lo que me gusta es entrenar, mejorar, empujar esa piedra ladera arriba, a ver hasta dónde llego, y no tanto intentar dejar la piedra arriba de una vez por todas (que, entonces, qué me queda), “sobreponerse es todo”. Lo que era castigo para Sísifo para mí parece el premio. Vuelvo a estar con mis castillos de naipes, disfrutando de la concentración que requiere adquirir altura, de la pericia que exige no tirarlos, mientras el niño enrabietado duerme (que volverá a despertar, es ley de vida hacerse mayor, pero de momento duerme). Y hasta puede que me dé por equivocarme una vez más, volar más alto de la cuenta y pasarme entrenando, pero será precisamente haciendo lo que me gusta, entrenar.

Evidentemente estos problemas míos de lesiones de los últimos 8 años no importan a casi nadie, casi ni a mí mismo, de aburrido que me tenían. No son nada al lado de problemas serios como los que nos han estado acuciando en el último año, con problemas de salud algunos, con familiares perdidos otros, con restricción de algunos derechos constitucionales todos, víctimas de una gestión chapucera e improvisada que ha rozado el absurdo en muchos momentos y ha trastocado la vida y que, sobre todo y aquí quería llegar, parece que no termina nunca.

No hay mal que dure cien años y en breve estaremos haciendo castillos de naipes (deportivos o no) que se van a derrumbar, empujando rocas cuesta arriba que volverán a rodar hasta abajo... vamos, lo suficiente y necesario para volver a esa idea insatisfecha y mal identificada que es, más o menos, ser feliz, aunque sea, como siempre, sin sospecharlo. Si hay algo que los fondistas sabemos hacer bien es perseverar, sea en el deporte o fuera de él.