SIN CLEMENCIA: 'La belleza del arte del entrenamiento'

"Un gran entrenador no es necesariamente el que saca a una gran estrella, es el que consigue que la gran mayoría de sus deportistas se acerque a su mejor potencial, el que consigue que el deportista mejore sin comprometer vida familiar y laboral, motivado, el que consigue alargar décadas las vidas deportivas".

Clemente Alonso

SIN CLEMENCIA: 'La belleza del arte del entrenamiento'.
SIN CLEMENCIA: 'La belleza del arte del entrenamiento'.

Hace tiempo que dije que no iba a volver a tratar temas relacionados con el dopaje. Acaba siendo un cenagal en el que uno termina siendo, además de cornudo, apaleado, ya que no solo no habiendo recurrido a él nunca, habiendo sido víctima del problema décadas y habiendo sido vocal contra él desde antes de que estuviera de moda serlo, tarde o temprano uno es acusado directamente o mediante insinuaciones de haber recurrido a él sólo por el hecho de haber ganado alguna carrera, aunque sea de pueblo.

Sin embargo, a pesar de ser caldo de cultivo para las especulaciones de algunos, con demasiada frecuencia desde la ignorancia, nos sirve de punto de partida para el tema que quiero tratar hoy.

Leyendo el libro de Tyler Hamilton sobre sus años de ciclismo profesional, en el que habla mucho del dopaje, menciona como punto fuerte de estas prácticas que precisamente le permitían ser mejor en lo que realmente era bueno ya, en entrenar más. A menudo, cuando me he topado con algunas de esas insinuaciones que mencionaba antes, me quedo pensando en que si yo hubiera recurrido al dopaje, aparte de tener una cuenta corriente más saneada y no tener que soportar esas injustas insinuaciones sin fundamento, sobre todo hubiera tenido un tercio final de mi carrera deportiva mucho más fácil de llevar, porque es más que probable que hubiera sufrido muy pocas lesiones, si no ninguna.

Precisamente el dopaje facilita una mejor recuperación de todo (tejidos también), una seguridad de que el trabajo que se hace se va a recuperar y va a producir muy buenas adaptaciones y no daño.

Cuando uno es joven no necesita dormir tanto, puede entrenar mucho más de lo que es necesario u óptimo para el rendimiento sin llevar una vida mísera de fatiga. La capacidad de recuperación antes de los 30 es tal que ese margen de maniobra hace mucho más fácil que los excesos no nos pongan en números rojos. A medida que uno avanza en la cuarta década de vida, tenga o no hijos o nuevas obligaciones si no es profesional, ese margen de maniobra fisiológico se estrecha y el riesgo de que excesos nos lesionen o nos lleven a sobrentrenamiento es mucho mayor.

A medida que esto ocurre uno se va viendo obligado a hacer ajustes en el entrenamiento, a optimizarlo, a sacarle el máximo beneficio posible a esa menor y menguante capacidad fisiológica que se tiene. Si seguimos con la economía casera ahora como analogía, podemos decir que cuando uno tiene mucho dinero puede permitirse excesos y llegar hasta holgado a final de mes, aunque se gaste mal, pero que cuando se tiene lo justo para sobrevivir el mes uno acaba aprendiendo a gestionar de manera óptima sus recursos.

A veces parece que hasta que no viene una buena crisis con sus carencias no aprendemos a optimizar de verdad un sistema. Volviendo a la relación del dopaje con el entrenamiento, sospecho que ha habido unos años donde el dopaje ha adulterado la noción que muchos entrenadores teníamos de cuál era la carga de entrenamiento necesaria para el alto rendimiento deportivo. Uno veía volúmenes, cargas de trabajo y maneras de organizarlo de ciertos deportistas o entrenadores de éxito y pensaba que era la manera de entrenar para competir a esos niveles. Más tarde con los años supimos o intuimos que algunas de esas cargas de entrenamiento no se recuperaban de manera lícita y, por tanto, no servían de referencia para nadie con unos mínimos éticos o que, simplemente, sintiera amor por el verdadero arte del entrenamiento. Porque entrenar cuando tienes la certeza de que puedes trucar el sistema garantizando un resultado muy favorable, aparte del hecho de ser trampa, anular la competición, robar a manos llenas y desvirtuar todo de tantas cosas que nos gustan, no tiene mérito ninguno, ni desde el punto de vista del conocimiento del entrenamiento, ni desde el de la apuesta arriesgada del deportista que es poner al límite su potencial y ver qué sale, cuánto rinde.

Por otra parte, este decaer fisiológico que es ir entrando en la madurez deportiva, más cuando vas dejando atrás la cuarta década, lejos de los fuegos de artificio y del “glamour” del éxito, constituyen todo un humilde tributo a lo que de verdad es el arte de entrenar. Este implica saber aceptar e identificar una realidad fisiológica cambiante dentro del mismo individuo (no ya el evidente paso previo de saber que no somos todos iguales), saber adaptarse a la circunstancia personal de cada momento, aplicar constantemente, por tanto, cambios en el proceso de entrenamiento, pensar dónde conviene invertir con los recursos menguantes de los que se dispone, saber meter en la ecuación la fatiga que pueda venir de otros frentes, es hilar fino en el equilibrio de conseguir unas cargas mínimas eficaces evitando el creciente riesgo de lesión... Es, resumiendo, llevar el arte de entrenar a su máxima expresión, aunque los resultados sean de menos relumbrón.

Del dopado poco podemos decir aparte de lo evidente: ni sabe qué es entrenar, aunque entrene más, ni sabe qué es competir, porque no está dando lo que él vale. En otro extremo, entrenar alto rendimiento es muy difícil, tanto para el deportista, como para el entrenador, pero generalmente la recuperación es buena y el talento es grande, las dos mayores cribas, pues, salvadas (como dijo Counsilman en su momento: “muchos de nuestros grandes nadadores nadan bien a pesar de nosotros, sus malos entrenadores”).

Un gran entrenador no es necesariamente el que saca a una gran estrella, es el que consigue que la gran mayoría de sus deportistas se acerque a su mejor potencial, el que consigue que el deportista mejore sin comprometer vida familiar y laboral, motivado, el que consigue alargar décadas las vidas deportivas, aunque estas se alejen de los podiums y los puestos de cabeza. Por tanto, después de haber alabado en más de una ocasión aquí la imprescindible labor de escuelas, yo quería también reivindicar el trabajo de los entrenadores de club, quizá los entrenadores “de verdad”.