1.500 milímetros

EDITORIAL

Antonio del Pino

1.500 milímetros
1.500 milímetros

Las cosas más valiosas se miden y dividen en unidades pequeñas. Lo hacemos con el oro, los diamantes, las piezas de carbono y con muchas otras cosas menos glamurosas. ¿Por qué se nos olvida dimensionar a esta escala cuando hablamos de la vida? Si te preguntan la edad respondes en años y deberíamos hacerlo en segundos… o en milímetros ¿Qué hay más valioso que tu vida? Si eres una persona decente la respuesta es automática: sólo hay una cosa que pueda superar el valor de tu propia vida, la de otra persona. Cada vez que veas a alguien indefenso ante los más de 1.500 Kg de chapa y hierro de tu coche, piensa que ahí empieza una apuesta segura en calidad de vida a corto y a largo plazo. A corto, por el calentón de nervios que te ahorrarás en el momento. Respira hondo, pásate la mano por la cara y espera el mejor momento para adelantar con total seguridad. Este tipo de ejercicios mejoran el carácter.

Ya pensando más hacia el futuro, se trata de dedicar cinco, diez segundos, incluso uno, dos, tres minutos o lo que haga falta, todo para no arriesgarte a matar a una persona que, con más o con menos habilidad, con más o menos razón en base a los derechos y obligaciones que dicte el código de circulación y bla, bla, bla... sólo está haciendo deporte o algo mucho más digno aun, desplazándose de forma limpia, a pedales, en lugar de uno a uno y cada cual en su coche. Ahora que con el rollo de la crisis, a base de insistirnos, ya nos movemos todos con cierta soltura en términos financieros y bancarios, entiéndelo como una inversión en la que reduciendo el riesgo a cero, obtenemos un interés altísimo, si es que te interesa eliminar cualquier posibilidad de quedarte hecho un trapo de mirada perdida, medicándote el resto de tus días para poder convivir con el tormento de los remordimientos. ¿Demasiado duro? Pues sí, pero es lo que hay.

Los accidentes existen, es cierto, y lamentablemente a veces son inevitables, pero las imprudencias también existen y estas sí son evitables. El factor despiste es muy humano y debe asumirse con tolerancia y comprensión, porque el resto podemos amortiguar las consecuencias si permanecemos concentrados y concienciados de lo que tenemos entre manos. Seguro que agradeces que cuando seas tú quien meta la pata, en bici o al volante, el resto de conductores te echen un capote. Así, ese tipo de errores no pasarán de un momento de cierta vergüenza, en lugar de acabar en tragedia si circulamos concentrados, atentos a lo nuestro y a los demás, en lugar de cada uno en su planeta defendiendo sus propias normas. Esto es un intercambio de actitudes también aplicable de los ciclistas hacia los conductores.

Me encanta conducir. Y sólo empecé a disfrutar de verdad cuando me alejé de la desconsideración, del arrebato y de la histórica reacción subconsciente de que cualquier cosa de inferior tamaño y menor velocidad a la de nuestro vehículo es por definición un estorbo que no tiene derecho a estar en la carretera. Esto no es ninguna broma, aquí hablamos de la vida o de la muerte de un padre de dos bebés, de una madre, de una novia, de un niño, de alguien que ni siquiera es deportista y que monta bastante mal en bici pero que ha salido a pedalear para olvidarse de sus problemas hasta que supere una mala racha. Hablamos de personas que sueñan, que tienen proyectos, de alguien que va a su nuevo trabajo en su vieja bici recién reparada por un vecino para ahorrar hasta el último céntimo tras cuatro años en paro y muchas cuentas que sanear, de personas que aman y son amados, de personas que quieren vivir. Hablemos más claro aún… ¿qué  nos pasa a todos cuando encendemos el motor de nuestros coches, que tantísimo nos molesta todo, que por norma se nos agría el carácter y que puntualmente nos transformamos en irracionales bestias de lucha?

Esto sucede entre conductores, de vehículo a vehículo en plan Ben-Hur, pero la obcecación y la intolerancia se disparan cuando además nos creemos con ese poder soberano que nos otorga alguna ley que nos “da derecho” a insultar, atronar y acorralar contra el arcén a quien haya podido siquiera insinuar que va a atentar contra alguno de tus derechos al volante “¡Aquí pone velocidad máxima 100 Km/h y no voy a levantar el pedal por mucho pelotón de ciclistas que vea delante!”. ¿De verdad no frenarías ni un poquito si vieras que un tanque militar se va a saltar ese stop que te da prioridad de paso? ¿De verdad se puede llegar a pensar que las carreteras se han hecho para los coches? Las carreteras son para que se desplacen las personas de forma segura y si el rigor es la nota de corte, las bicis (salvo prohibición expresa por el tipo de vía) tienen el mismo derecho cumpliendo sus normas.

Este larguísimo editorial no va destinado al delincuente sin remedio que se sube al coche para pulsar el play en un juego de coches en el que nuestras vidas son sólo un punto de emoción añadida. No me dirijo al irresponsable que apura un adelantamiento cuádruple hasta convertir en una ruleta rusa un cambio de rasante mientras mira al cielo,  y no precisamente para agradecerle a Dios el no haberse matado, sino para asegurarse de que un helicóptero Pegasus no haya grabado su exhibición de conducción. No, esto no va para él, de todo eso ya ha prometido encargarse la Guardia Civil. Me dirijo a los deportistas que también conducimos y que, como humanos que somos, nos dejamos llevar por la inercia de las situaciones y también metemos la pata.

No quiero pasarme poniéndome demasiado estupendo, porque soy un fanático de los coches, sobre todo de los rápidos, con el agravante de tener la típica frustración del que toca alguno de vez en cuando pero sin haber tenido nunca dos duros de más para permitirme uno... con lo que, sin haber hecho ninguna salvajada al volante en mi vida, no he sido siempre todo lo riguroso que debiera. Supongo que como la mayoría. Sin embargo, esto es algo que ya no nos podemos permitir ningún buen ciudadano, primero porque como se te vaya la mano te juegas cometer un delito penal si te retratan en acción, y segundo, porque las carreteras y las calles se están llenando de bicis. Esto es una suerte y una gran oportunidad de mejora social, pero implica un cambio de actitud por parte de todos y aquí, los deportistas, los que ya montamos en bici, sí que tenemos un papel fundamental: el de dar buen ejemplo tanto en la bici como al volante.

Ya he hablado en alguna ocasión de que la buena educación es contagiosa y así es, pero sin ingenuidades, porque también es clave advertir cuál es el entorno en el que nos movemos… y tenemos un importante trabajo de fondo por delante. Así por encima, hemos demostrado una alta transigencia si nuestros gobernantes nos roban con descaro al grito de independencia,  mientras los de enfrente les llaman chorizos, dan clases de moral, españolidad original y contención de gasto público, mientras revientan los bolsillos de sus impecables trajes con billetes de 500. Tampoco superó de primeras nuestra paciencia que se cerraran colegios, ambulatorios o que dejaran a gente con el chalet a medio hacer en un terreno ilegal que habían pagado legítimamente con un hipotecón a 40 años respaldado por un banco de forajidos. Por eso nunca salíamos a las calles al día siguiente, era como si no nos lo termináramos de creer. Sin embargo, como la Audiencia Nacional bajara a Segunda División a un equipo de fútbol por deber 50 millones a la Seguridad Social, cuidadito que ahí ya se anunciaban disturbios inmediatos. El tema no es dramático, porque aunque actuemos con cierto retardo de reacción ante los abusos, sí hemos demostrado tener capacidad de cambio.

Ahora nos planteamos otras opciones políticas, hemos luchado para que se abran de par en par las puertas de entrada de las cárceles para conductores criminales y para los ladrones de etiqueta, incluidos los del mundo del fútbol. Tenemos ciertas costumbres muy arraigadas, algunas muy malas, como la mala leche al volante y la tendencia a pensar que a uno nunca le va a pasar nada, pero queda constatado que sabemos cambiar, que sabemos mejorar aunque nos cueste un tiempo.