Silvia Laborda Sánchez

Silvia había practicado deporte durante toda su vida, pero un parto muy complicado hizo que tuviera que empezar desde cero. Esta es su historia de cómo llegó al triatlón.

Triatlón

Silvia Laborda Sánchez
Silvia Laborda Sánchez

Pasión. Esa es la palabra que mejor define lo que siento por el triatlón. Me llamo Silvia, estoy casada, tengo 41 años y soy madre de dos hijos. He practicado deporte toda mi vida, desde niña. Balonmano, baloncesto, fútbol… pero sobre todo running.

Hace cuatro años me quedé embarazada de mi segundo hijo. Me mantuve activa y haciendo deporte casi hasta el final. Llegó el momento del parto y algo no fue bien; pasé a formar parte de ese pequeño porcentaje en el que las cosas no fueron como deberían haber ido. Mi bebé y yo nos paseamos por la delgada línea que separa la vida de la muerte, pero la rápida reacción de los médicos hizo que todo terminase felizmente, y aquí estamos los dos para contarlo. Eso sí, la experiencia no me salió gratis. Cuando abandoné el hospital tomaba ocho pastillas al día, pesaba 14 kilos más que ahora y tenía bastantes puntos de sutura.

Apenas podía atarme los cordones de los zapatos. Los médicos me prohibieron hacer ningún tipo de esfuerzo ni deporte de impacto. Estaba mal por fuera y sobre todo por dentro. Entonces, en ese preciso momento, se cruzó en mi camino el que desde hace cuatro años ha sido mi entrenador y amigo, Gustavo. Él me animó a empezar a nadar, ya que no podía hacer otra cosa. Los otros deportes estaban vetados.

Recuerdo mis primeros veinte metros en la piscina. Me parecieron eternos, pero tenía que seguir adelante. No me podía rendir. Cuando pude empezar a correr despacio y a montar algo en bici, lo unimos a la natación que llevaba meses practicando. Y así, como por arte de magia, el triatlón se coló en mi vida.

A mis cuarenta años, ha despertado una pasión que nunca imaginé. Hace 10 días que acabo de disputar mi quinta prueba en distancia olímpica, y mi próximo objetivo es bajar de las tres horas… que ya me queda cercano. Nunca he llegado la primera, ni lo haré jamás, pero me siento una triatleta extraordinaria. Creo que unas veces el destino y otras veces nuestras propias decisiones forjan nuestro carácter, y cuando uno decide ser triatleta, la lucha, el espíritu de superación y la humildad te acompañan para siempre.

Debo toda esta locura a mi entrenador, a mi marido Javier, mi fiel compañero, y a mis hijos Javier e Ignacio, mis ángeles de la guarda.