Se llama Michał Kwiatkowski... y con 27 años es Campeón del Mundo porque, conviene no olvidarlo, una vez que te ganas el Maillot Arcoiris ... ya lo eres de por vida.
También le ha dado tiempo a ganar monumentos del pelo de la Amstel Gold Race o Milán San Remo...
Qué lo sé, qué no necesita presentación alguna, pero después de lo que estoy viendo en él durante este Tour, por respeto, me he autoimpuesto escribir su nombre en la pizarra cien veces hasta saber deletrearlo a la perfección.
Michał Kwiatkowski...
Obligatorio es el talento innato para estar al nivel físico al que se mueven estos salvajes: hay que tener las piernas, el fuelle, el nervio, la capacidad de recuperación y concentración continuada... Porque, aunque algunos que se acerquen a sus registros de entrenamiento en un tramo de cuatrocientos metros en Strava y ya se atrevan a mirarles casi como iguales, lo que hacen estos hombres en carrera es otra cosa. Casi es otro deporte, durante tres semanas seguidas, frente a otros doscientos tíos más bestias que ellos haciéndoles la vida imposible durante unos doscientos kilómetros diarios a pleno sol, o bajo la lluvia...Y que como se está viendo, entre ellos, cuando unos afirmamos estar en la flor de la vida, en lo suyo ya es ser tajantemente viejo.
El caso es que el ciclismo profesional exige un equilibrio muy exigente: hay que ser un niño que a los "veintipico" tenga un doctorado en dolor y disciplina extrema, que al tiempo sepa gestionar complejas emociones, de fracaso y frustración en la mayoría de ocasiones... O que el éxito no le lleve a una espiral de destructivo egoísmo y endiosamiento... Para acabar olvidando que todo lo que ha conseguido no le corresponde por derecho, sino como resultado de la vida de monje que llevó y que deberá mantener sin fisuras, al menos mientras pretenda mantener ese estatus.
La ecuación no es que sea compleja, es que sólo unos elegidos son capaces tan solo de plantearla, ya no digamos resolverla.
Por eso y por mil detalles más, esta roca viva nacida en Polonia, con las orejas asomando y escondido tras sus Oakley Jawbreaker, me está dejando extasiado viendo cómo es capaz de cuidar de semejante forma a todo un líder del Tour de Francia.
Los últimos 25 Km de este miércoles han sido arte, llevando a Froome por el lateral, pegándose con tíos que le sacan dos cabezas para que nadie toque a su jefe, guardándole el hueco para que vea lo que viene, jaleándole para que no se desconcentre y reventado la carrera en el momento preciso hasta el punto de que por poco provoca que Aru, de nuevo, "se despiste". Seguro que el pobre Martin sabe de lo que hablo.
Entiendo que haya gente que estas cosas no les interese, quizá porque no sean capaces de verlas, y que su tema principal en la actualidad del ciclismo sea si la Vuelta pone azafatas o maromos para dar dos besos...
Para ellos no escribo esto, es para quien ve belleza en una piernas llenas de venas y tendones, para aquellos que inconscientemente dejan de respirar cuando ve que alguien está provocando un corte en medio de un abanico, para quien nota su propio pulso en las encías mientras ve el sprint final sentado en el sofá...
Somos nosotros quienes vemos en un chico de 1,76 y 68 kilos a uno de los deportistas más grandes del momento, porque es capaz de hacer lo impensable cuando se trata de él y lo imposible cuando hay que cuidar de un compañero.
Recuerda, Michał Kwiatkowski.