Buscando mi distancia

Nadaré, pedalearé y correré todo lo que pueda cada día, pero si algo he aprendido con este maravilloso deporte es que, como la vida misma, es un deporte de fondo, con sus etapas y sus momentos.

Antonio del Pino

Buscando mi distancia
Buscando mi distancia

Me miro y casi no me reconozco.

Aunque el panorama que os presento a continuación a priori puede que no dé para ser muy optimista, la verdad es que me gusta mucho lo que veo.

Llevo dos meses empalideciendo lentamente frente a la pantalla del ordenador, saliendo de una reunión para entrar en otra. A veces abro el correo y hay casi cuatro cifras esperándome en la bandeja de entrada. Cuelgo al organizador de un triatlón para atender la llamada entrante del responsable de marketing de una marca. Aprovecho las jornadas soleadas para ir a hacer buenas fotos y llevo sin deshacer el equipaje de mano desde hace semanas…y con todo, el triatlón siempre está ahí. Lo digo sin sorna, siento que soy un tío con mucha suerte. Con todo, ya empiezan a ser demasiados los días en los que he tenido que tragarme la frustración de no poder sacar ni treinta míseros minutos para activar el cuerpo con algo de ejercicio y justo hoy, que ya lo había planificado todo para disponer de la mañana del sábado y salir a pedalear con unos amigos a los que ya apenas veo… se pone a llover a mares.

El mal tiempo nunca ha sido un impedimento para salir a entrenar, tengo buena ropa de agua y tablas de sobra para no perder la sonrisa bajo un chaparrón de tres o cuatro horas sobre el lomo pero la verdad… es que no quiero correr el riesgo de volver a resfriarme. Y es que cuatro pasmos seguidos este invierno ya son suficientes. Aunque para mí los fines de semana hayan sido tradicionalmente dos días para dedicarle a la bici o para competir, llegado el caso, se sale a correr pisando charcos y tan a gusto…Aunque ahora que lo pienso, no, eso tampoco será posible hasta que no termine de encontrar el momento de ir al médico para que me operen la dichosa rodilla.

Me sorprendo con la vista perdida, mirando cómo llueve por la ventana y me pregunto ¿Cuándo empezó a importarme ponerme malo a cambio de una salida épica en bici y cuándo empezó a dolerme tanto el cuerpo por las mañanas? Pienso “venga Antonio, no te pongas ñoño y espabila”.

Trazo el plan alternativo: voy al gimnasio y corro en la cinta, la pongo al 15% de inclinación, que es la única manera en la que no me pincha el menisco roto al pisar con fuerza. Hago unas pesas, pero no muy fuerte que con agujetas luego no puedo ni subir a los niños al coche, y luego me tiro a la piscina a hacer los metros que pueda para dar por finalizada… esta maravillosa mañana de mierda que se ha quedado.

Viéndolo en conjunto, saco ese espíritu autocrítico tan mío y pienso que más que un entrenamiento y un reto deportivo por placer, parece un plan de rehabilitación…aunque tal vez es lo que más necesite.

No pierdo la esperanza, parece que sale un poco de sol. No. Era un espejismo, ahora ya no llueve, jarrea. ¡Se acabó la historia, al gimnasio se ha dicho! Con una hora y media perdida, acabo preparando una bolsa que apenas no puedo ni cerrar y que de antemano sé que no hay taquilla en la que entre. ¿De verdad necesito todo lo que llevo? Desparramo el contenido por el suelo: tres bañadores, dos juegos de aletas, cuatro palas cada una de su padre y de su madre, cinco gafas de nadar, dos toallas pegadas por un gel estallado, tres pares de zapatillas voladoras todavía con las etiquetas, una chancla… El tema ya me está empezando a estresar en exceso. Respiro hondo, rehago el equipaje y cuando cojo las llaves, casi al salir por la puerta escucho la voz de mi ángel salvador, una palabras dichas con tanto cariño que dan por zanjado este estúpido sin sentido: “Papi, no te vayas y quédate a jugar conmigo”. Tiré la bolsa al armario, cogí al pequeño en brazos y me dije “otro día será, el triatlón seguirá ahí, estoy cansado y la infancia de mi hijo no va a volver”. Tengo 36 años y un trabajo tan bonito como absorbente… que además necesito para vivir. Llevo más de 20 años haciendo mucho deporte cada día, he llegado hasta donde quería llegar en él, ser un buen deportista amateur, y pienso que realmente lo único que haría siguiendo al ritmo de los 25 años, es repetir lo mismo con matices diferentes. No necesito saber dónde está el límite y con esto tampoco pretendo decirle a nadie lo que debe hacer. Lo que si tengo muy claro es que aunque el sentido del deber exija mucho de mí, no soy ningún esclavo de mis circunstancias, yo elijo que ahora sea así y soy feliz. Estoy más cansado que nunca, no puedo hacer todo el deporte de calidad idílicamente que me gustaría, pero sin duda el momento más pleno y satisfactorio de mi vida. Entonces ¿Si no puedo entrenar de tres a cinco diarias debo dejar el triatlón? ¿A caso el triatlón sólo puede ser un deporte en el que se incremente la exigencia? ¿Quién puso esa condición? Si se puede empezar en el triatlón con un Ironman como primera prueba ¿Por qué no se puede retroceder desde ese punto hasta llegar a ser un trialteta desde el mero placer de entrenar por entrenar, que espera el mejor momento para volver a competir?

Siempre seré triatleta. Nadaré, pedalearé y correré todo lo que pueda cada día, pero si algo he aprendido con este maravilloso deporte es que, como la vida misma, es un deporte de fondo, con sus etapas y sus momentos. No creo que me haga mejor triatleta forzar la situación para poder mantener el grado de exigencia deportiva mientras hago oídos sordos a las oportunidades que me brinda mi vida. No quiero que el triatlón se convierta en mi penitencia y… ¿Sabéis una cosa? Creo que tener la oportunidad de volver a empezar en el deporte cuando uno elige y además poder hacerlo con toda la experiencia acumulada de años atrás…es un tesoro.

Foto apertura: Nacho Cembellín